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En 1874
comenzó la operar en el tráfico marítimo mundial la "Línea P", con el
POLYNESIA de 1020 tons., cuyo propietario era el armador alemán R.F. Laiesz.
Alrededor
del año 1880, Laiesz aumentó su flota
con los primeros veleros de 1.400 tons., sumándose a esta compañía en los años siguientes, los veleros del nitrato: POTOSÍ, PANGANI, PREUSSEN y PAMIR.
La PREUSSEN,
considerada la única fragata de cinco palos construida en el mundo, tenía una
capacidad de carga de 8.000 tons. y por el año de 1910
cubría en 77 días la ruta Taltal-Cuxhaven (Alemania), vía Cabo de
Hornos. Embarcaba una tripulación de 48 hombres, los que debían maniobrar
5.560 mts2 de velas.
El PAMIR,
velero cuyo trágico fin nos interesa describir por su honda repercución humana,
fue construido en Hamburgo en 1905, por Bloom & Voss. Tenía 96,40 mts. de
eslora y 14 mts. de manga; transportó nitrato hasta el año 1914, en que la guerra paralizó su operación.
Después de
la Primera Guerra Mundial los buques de la "Línea P" fueron
adjudicados a diversas naciones como indemnizaciones de guerra.
A comienzos
de 1920, Laiesz volvió a comprar seis de sus buques, en los que se incluía el
PAMIR, y con ellos rearmó la flota del nitrato.
En 1931, el
PAMIR fue vendido al Capitán Gustav Erickson de Mariehamn, Aland, Finlandia,
pasando a formar parte de la "flota del grano", de Erickson, que
navegaba entre Wellington y San Francisco.
Muchos años después del término de la Segunda Guerra Mundial, fue fletado
como buque escuela para la marina mercante de Alemania Federal, actividad en la
que desarrolló muchos viajes de instrucción.
EL
NAUFRAGIO.
En vísperas
de la primavera austral de 1957, zarpaba el PAMIR de Buenos Aires, señalando Alemania con su bauprés. Era un día en que los
rubios muchachos, prendieron sus mejillas de rojo mientras giraban el
cabrestante para izar el ancla.
Ya en el
Atlántico, el blanco paño henchido
al viento como los ilusionados corazones de sus jóvenes tripulantes, rompía la
mar con su proa una y otra vez, quebrando el silencio de la roja tarde que se
perdía en el weste. Era el PAMIR uno de los últimos exponentes de esa mágica
vida velera, que se iba a sumergir para siempre en las inmensidades de la mar y
del tiempo.
Sus bodegas
cargaban grano y a su bordo, aparte de los 35 tripulantes, se encontraban 51
alumnos de la marina mercante alemana.
La brisa
soplaba en forma moderada. De pronto aumentó de intensidad, sin que los hombres
le otorgasen ninguna importancia, pensando que serían sólo rachas. No obstante,
el Comandante, Johannes Diebitsch, un viejo marino con casi cincuenta años en la mar, se lanzó a cubierta
para, a viva voz, ordenar cargar todas las velas. Nadie abordo pensó en lo que
terminaría dicho episodio; el PAMIR, cual ave de las tormentas, siempre había
salido airoso de cualquier temporal.
El viento
continuaba hinchando las velas con tal fuerza que el velero parecía volar.
Grandes olas golpeaban con violencia el casco, escorándolo fuertemente a babor;
las velas empezaron a rifarse en medio de sonoros desgarros, al mismo tiempo
que las jarcias más altas saltaban como cuerdas de guitarra torpemente
estiradas.
¡Cargar más rápido! Gritaba Diebitsch, mientras intentaba aproar
el velero; pero éste ya se encontraba desmantelado y su casco iba recostado
sobre la mar, intentando, como ave herida, reposar sus cansadas tablas y
trapos.
El oficial
de guardia con voz monocorde, anunciaba la escora: "30° - 38° -
40°…"; esto hacía prever que el otrora majestuoso PAMIR no se adriazaría
nunca más; los hombre se miraban sin decirse palabra alguna, hasta que,
finalmente, llegó el momento en que el Comandante Diebitsch, ordenó emitir un
S.O.S., sacar los chalecos salvavidas y abandonar el buque.
Se
distribuyó cigarrillos y algunas botellas de licor. Sin embargo, al intentar
echar los botes al agua se percataron que los de babor estaban debajo de ella y
los de la otra banda no fue posible arriarlos, debido al pronunciado ángulo de
escora de la nave. Se disponía además de tres balsas neumáticas, pero dos de
ellas no fueron ubicadas, lanzando al agua sólo la tercera y, de inmediato, una
veintena de hombres se abalanzó sobre ella.
El PAMIR se
dio vuelta de campana; cinco hombres treparon sobre su casco confiados en que
éste no se hundiría, pero la pesada nave de hierro se sumergió en las agua del
Atlántico, a las 11:15 del 21 de septiembre de 1957.
LOS
NAUFRAGOS.
l grupo de
náufragos que se mantenía en la balsa neumática avistó, de pronto, uno de los
botes del velero, lanzándose a nado hasta darle alcance y entre todos lo
adrizaron, encontrándolo absolutamente desmantelado y con sus remos perdidos.
De no contar con sus compartimientos estancos, también se habría ido a pique.
Con
desesperanza se constató que estaba perdida la caja con señales luminosas; pero, por fortuna, se había mantenido
en la chalupa un barrilito con agua dulce.
Hacía mucho
frío. Algunos marineros, con la intención de aligerarse para nadar mejor, se
habían quitado sus pantalones y botas; ahora estaban congelados y no podían
impedir que sus dientes castañetearan.
Horas
después divisaron otro bote en el que había aproximadamente veinticinco
tripulantes; pero no lograron mantenerse cercanos y ambas embarcaciones se
fueron alejando paulatinamente, hasta perderse de vista.
El mando del
bote fue entregado, de común acuerdo, a Karl Dümmer, quien a bordo se desempeñaba como ayudante del panadero. A pesar de sus
escasos 25 años, era el marinero más antiguo y,
por otro lado, el de más edad entre los náufragos.
En el
momento en que Dümmer se disponía a pasar una botella de licor entre los
marineros, una gran ola se la arrebató de las manos; simultáneamente, el bote
se volcaba por segunda vez. Una vez más estos tripulantes de la desdicha
adrizaron su destrozado bote, sintiendo ahora más pavor, ya que este último
golpe de mar les había arrebatado el barril de agua dulce, dejándolos a merced
de la sed.
Ya entraba
la tarde y la noche dejaba caer su gélido manto sobre los infortunados hombres.
Cercana la
medianoche, avistaron las luces de un barco que pasaba a unos centenares de
metros de ellos. Gritaron con todas sus fuerzas, pero sus voces no se
propagaron pues estaban muy bajo, apenas sobre el nivel del mar. Además la
oscuridad de la noche les mantenía invisibles en la inmensidad del océano.
Un marinero,
Günther Schinngel, pasó esa noche, del sueño a volar
con el albatros errante; Dümmer dijo una corta oración y lanzó su
cadáver al mar. Otro náufrago se adormecía sentado en la bancada, mientras su
cabeza oscilaba sobre sus hombros. Trataron de hacerle esperar el nuevo día,
pero también acompañó en el sueño eterno a su joven camarada.
Amaneció el
día siguiente y el marinero Anders decidió lanzarse al agua para nadar y hacer
ejercicio; prontamente fue izado por sus compañeros,
quienes oportunamente avistaron un tiburón.
Por la tarde
fue avistado un petrolero, acontecimiento que sólo trajo más desesperanza,
pues, a pesar de los gritos y señas, siguió inmutable
su curso.
En medio de
un nuevo mal tiempo, el bote volvió a volcar. Después de adrizado, un marinero
se alejó nadando mientras gritaba: "Voy a buscar al Comandante".
Una suerte
de locura colectiva empezó a apoderarse de los tripulantes, quienes comenzaron
a sufrir alucinaciones: veían gente, ciudades, tierra.
Otro
marinero fuera de sí se lanzó al agua para hacer ejercicio nadando, mientras se
alejaba dando grandes risotadas. A su vez, Peter Frederich, quien también se
había vuelto loco, se lanzó al agua a nadar mientras un tiburón estaba cerca de
ellos, perdiéndose definitivamente en la distancia.
Al fin
quedaban cinco sobrevivientes, que no acertaban a pensar si todos estos
comportamientos eran parte de un suicidio colectivo o se trataba de accidentes
vinculados con los tiburones. Prefiero creer que era esto último.
La desdicha
de estos infortunados llegó a su término cuando, alertado por los sistemas de
búsqueda, un barco les avistó, acercándose a ellos. Sólo en el momento que
lograron distinguir sobre su puente figuras humanas que agitaban sus brazos en
señal de saludo, los náufragos
sintieron que estaban salvados.
EL RESCATE.
El llamado
de auxilio emitido por el PAMIR fue recibido a 600 millas del lugar del
siniestro, en las islas Azores. Fue alertada la 57ª escuadrilla de salvamento americana que, por las
malas condiciones meteorológicas imperantes, no pudo enviar, desde el puerto
de Lagos, (Nigeria), ningún vuelo de rebusca.
Finalmente
el tiempo mejoró, pudiendo despegar el SC-54. Este avión, avistó varias horas
después dos botes del PAMIR, tripulados, y los restos de una balsa, sin
observar en ella ningún sobreviviente. Luego, ya escaso de combustible, optó
por dirigirse a las Bermudas e informar detalladamente sobre su avistamiento.
Es así como
un barco de la carrera del Atlántico tuvo la fortuna de encontrar al bote de
Dümmer con sus cinco tripulantes náufragos. Posteriormente, otro barco de
bandera norteamericana pudo compartir la ventura del anterior al divisar otro
bote del PAMIR, que a esta altura sólo mantenía a bordo a Günther Haselbach,
único testigo de lo sucedido a su grupo.
Durante diez
días aeronaves norteamericanas continuaron sobrevolando el área señalada, no encontrando nada, ni siquiera cadáveres.
REFLEXIONES.
Desde un
punto de vista sicológico frente a casos de supervivencia en condiciones tan
extremas, vale la pena recordar algunas opiniones muy válidas.
El doctor
Alain Bombard*, en una entrevista concedida a la prensa, relativa al accidente
del PAMIR, manifestó que era inadmisible que jóvenes sanos, fuertes y
entrenados sucumbieran en tal proporción ante un hecho de esa naturaleza, y que
ellos, más que morir de hambre o frío, habían entregado sus vidas al miedo.
Por su parte, el Capitán de Navío Héctor E. Bonzo,
Comandante del ARA GENERAL BELGRANO, torpedeado en la guerra de las Malvinas,
ha comentado que los sobrevivientes de ese crucero prácticamente no consumieron
agua ni las raciones de las balsas salvavidas durante los dos o tres días que
esperaron el rescate.
Para el Comandante Bonzo
ello se debió a que se trataba de dotaciones que estaban bien alimentadas al
momento de recibir el ataque, por lo que su preocupación como náufragos se
centró más bien en el problema del frío, que fue el que produjo más muertes,
dado que estaban en balsas en las que se encontraron apenas tres ocupantes.
También hubo problemas con tripulantes quemados incapaces de alimentarse y
otros afectados por el mareo debido al mal estado del mar.
Entre las experiencias
derivadas del naufragio del PAMIR; vale tomar en cuenta la pérdida de los
botes, que no pudieron ser arriados debido al ángulo de escora que presentaba
el buque durante el naufragio. Afortunadamente hoy en día las naves disponen de
mayor cantidad de balsas salvavidas neumáticas y de accionamiento automático.
También cabe observar el
poco aprovechamiento de experiencias ocurridas en otros accidentes en cuanto a
la ubicación de los elementos de salvamento, como fue el que dos de las balsas
neumáticas, de las tres que disponía el buque, no fueran halladas al momento
del siniestro.
Asimismo, es del caso
considerar la aparente falta de oportunidad con que el Comandante ordenó el
abandono de la nave, considerando la juventud de los tripulantes, lo que queda
en evidencia en la reacción posterior de la dotación, la mayoría de la cual
pereció, sufriendo los sobrevivientes las penurias que se describen en el
relato y cuyo comportamiento revela que no estaban anímicamente preparados para
soportar con reciedumbre la adversidad.
Es interesante hacer
notar los comentarios de Hans-Georg Wirth a la prensa: declaró que, al
abandonar la nave, se encontró en el agua entre un grupo de 15 personas, los
que improvisaron una suerte de balsa con sus chalecos salvavidas. Ello les
posibilitó mantenerse a flote, hasta que el azar les permitió encontrarse con
uno de los botes a la deriva, al que con desesperación dieron alcance y
abordaron.
Además, Wirth comentó a
los periodistas "… yo no pensaba en otra cosa que en sobrevivir y mantener
mi vida a toda costa". Sin duda algo absolutamente normal, pero lo notable
es que, según sus declaraciones, él quería mantenerse vivo, particularmente
porque le había prometido a su pequeña hermanita que regresaría sano y salvo a casa y no
quería defraudarla.
Esto me trae al recuerdo
un hecho reciente en el que una persona sufrió un asalto a mano armada,
recibiendo una bala en el pulmón y, mientras yacía herida en el suelo y sentía
brotar su sangre y un extraño ruido semejante a un
globo que se desinfla, recordó que alguien, tiempo atrás, al observarle una
larga línea de su mano, le había dicho que viviría por muchos años, lo que, a su juicio posterior, le había sostenido el ánimo, contribuyendo a su
recuperación.
Lo rescatable de ambas experiencias,
si bien una puede parecer trivial y la otra sustentada en un fuerte lazo
afectivo, es que ambas permitieron a una persona en trance de muerte sacar
fuerzas e intentar dar la lucha por su sobrevivencia.
Hay que enfatizar estas
consideraciones, pues debemos estar conscientes de que estamos en condiciones
de tomar de nuestras vidas, variados estímulos, tanto de orden espiritual como
familiar, que nos puedan permitir, eventualmente, dar avante en una situación
extrema; y ello, no sólo para nosotros mismos, sino que para que podamos
compartir nuestra energía con los que podrían ser nuestros compañeros de infortunio y formar así un solo cuerpo para
dejar atrás la adversidad.
EPILOGO
La estela perdida
del PAMIR dejó 80 muertos, la mayoría de ellos jóvenes que eran esperados para
ocupar sus puestos con profesionalismo y entusiasmo en la marina mercante de
Alemania.
Las enseñanzas de esta tragedia son el legado que dejan sus
malogradas vidas a todas las marinas del mundo.
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